La obra de un artista se refuerza o se desvanece a través del tiempo; al paso de las décadas o hasta los siglos, echan raíces, permean o se difuminan entre el resto de los hechos de la vida cotidiana del ser humano. Lo mismo puede suceder con la trayectoria de un creador; al paso de los años se confirma su madurez, se apuntala a sí misma o termina demeritando una vida de trabajo que no encontró sentido o dirección.
El caso de Aníbal Angulo, y procurando no caer en la obviedad de la importancia de su carrera, es de los primeros: de los que toman fuerza en sí mismos y se impregnan en la identidad de una comunidad; de los que se vuelven referencia obligada. El pilar de su trayectoria es la fotografía, inscrito ya en la historia fotográfica mexicana, tanto como autor, como “activista” en la formación de instituciones como el Consejo Mexicano de Fotografía.
En la época en que realizó mayor trabajo fotográfico fue un innovador y artista visual de vanguardia. A pesar de que hoy se le reconozca más como artista plástico, su trabajo actual no está desligado de su trabajo fotográfico, al contrario, podríamos encontrar una evolución y transformación en la que va soportando su trabajo actual con su propia historia. Se impone una labor de archivo y retrospectiva que nos enriquezca la visión de su trayectoria y nos facilite un análisis crítico y nutritivo. Finalmente es uno de los artistas plásticos más productivos y de los más importantes en la historia sudcaliforniana.
EL MUELLE
Paisajes para zarpar un día es el trabajo plástico más reciente de Aníbal (diciembre 2009); actual, como normalmente es su trabajo. Es decir, sin importar lo conceptual, figurativo o referencial que pueda ser, sus temáticas y preocupaciones siempre están ligadas a su presente, a su tiempo y espacio. En este caso, su preocupación por el paisaje.
Esta colección es un acercamiento formal a la interpretación del paisaje que lo rodea, que de pequeño lo cobijó y que ahora percibe afectado. Es un paisaje que Aníbal ha observado y vivido durante décadas, no es una mera observación superficial sino la aprehensión de una geografía ligada íntimamente con su vida personal. Hay un filtro temporal que aplica a su obra, virtud que sólo el artista con tantos años de trabajo puede utilizar.
No hay un cambio significativo respecto a sus trabajos inmediatos anteriores. Formalmente, la intención del trazo, la paleta de colores son similares, identificables de primer impacto. Pero hay una variante que lo enriquece: el paisaje se hace reconocible. Es decir, dentro de la abstracción alcanzamos a ver el mar, las rocas, la playa, el cielo… el movimiento. Con esta colección nos sorprende y además nos facilita la contemplación de su obra anterior.
En ese sentido me recuerda la última obra expuesta de Manuel Álvarez Bravo: Variaciones. Este fotógrafo, en la etapa final de su vida (a los 97 años) seguía siendo productivo, pero más importante aún, seguía siendo propositivo. En la serie Variaciones nos mostraba espacios íntimos desde un punto de vista que iba discriminando y acercándose casi al borde de la abstracción, o en sentido contrario. Así entendí el trabajo reciente de Aníbal: fue como dar unos pasos hacia atrás para salir de la abstracción de la cercanía y encontrar el paisaje más fácilmente reconocible, y de golpe, entendí mucho de su trabajo anterior con el que no había logrado conciliar (aunque entender más claramente las intenciones del autor no interfiere en la calidad del trabajo, pero sí en nuestra capacidad de asimilarlo). De hecho, gran parte de mi fascinación por el trabajo de Aníbal Angulo viene de esos baches en los que no coincido, no todas sus piezas me gustan, no creo que tenga el mismo dominio sobre todas las disciplinas sobre las que construye su trabajo, pero me atrapa el hecho de su búsqueda constante y su visión de ciento ochenta grados.
Esta nueva reinterpretación del paisaje en el que Aníbal se embarca me da la sensación de que no lleva brújula: para zarpar… un día, sin rumbo fijo, para perderse en esa línea interminable de la costa de la California que quiso ser isla. Este trabajo se convierte en un manifiesto sobre la propiedad, la transculturización, la invasión y el malinchismo sin necesidad de quemar banderas o de huelgas de hambre. Tiene claro el autor del poder y la influencia que tiene el trabajo artístico cuando se realiza con calidad, con coherencia y madurez; así que al mismo tiempo que muestra su paisaje atemporal, la playa en la que construyó castillos hace medio siglo, hoy nos lo restriega en la cara para convocarnos a su lucha por la propiedad emocional de la tierra.
Aníbal Angulo es un artista que ya está más allá de probarse a sí mismo, con un trabajo congruente y de indiscutible madurez. Al asistir a una de sus exposiciones o encontrarnos con su obra debemos esperar total calidad, nada menos. Una trayectoria de décadas que ha convertido su trabajo en referencia obligada, en influencia viva y perfectible pero siempre en la vanguardia.