martes, 15 de febrero de 2011




“Cerca de la tierra” de Elizabeth Moreno Damm

Rostros de corteza y piedra sedimentaria, acumulados de años, generación tras generación; rostros de certezas. Familias fósiles desempolvadas por la mirada paleontológica; a las pruebas de carbono me remito. Manos erosionadas, curtidas de tiempo, de paciencia. Olfato tenaz que al arrastrar los pies por las veredas marca su territorio sin fronteras, con cercas imaginarias de boca en boca. Eslabones espirales de la cadena evolutiva, como máquina del tiempo en el espacio.

Ahí nomás, traslomita, los ves arreando a las cabras y trampeando a las liebres. Sus casas cimentadas en la terquedad de su terruño, su querencia, pues. Colgando de cielos de palma y con las plantas de los pies enraizadas y esperando el temporal.

El trabajo de Elizabeth Moreno es siempre un viaje: del asilo a la sierra, de la infancia a las arrugas, del subsuelo a la acrobacia, del instinto a la razón… Porque el mérito del fotógrafo documental es encontrar precisamente esos instantes cotidianos que no alcanzamos a ver, recortarlos de la escena, desescamarlos, a punta de cuchillo desollarlos con un corte a la vez. Al final, lo entrega digerido para hacernos sentir “como si estuviéramos ahí”.

“Cerca de la tierra” no es solamente un registro de la vida cotidiana de los ranchos, no es el retrato de Don Ramón o la Marcela. No sabemos sus nombres o dónde viven, pero Elizabeth nos restriega en la cara su enfrentamiento diario, hora por hora, sus escaramuzas con la naturaleza. Y digo restriega, porque las imágenes de Elizabeth siempre son fuertes, como las pinceladas de Orozco que se me figuran hechas con mazo. Detrás de ese semblante dulce, hay una maquinaria pesada de pensamiento y estética que opera la cámara como un rotomartillo.

Conocí a Elizabeth Moreno cuando, hace más de diez años, coincidimos al ser invitados a una exposición colectiva de fotógrafos de varias generaciones; ella tenía 16 años y era la más joven. Su trabajo me sorprendió desde entonces por su calidad y dedicación. A partir de ahí, y para mi propio deleite y aprendizaje, he seguido su evolución. Su trabajo es dedicado y meticuloso, hasta los límites, siempre.

Dana Rothberg, la cineasta, comentó alguna vez que para crear, para ser un artista, “tiene que irte la vida en ello”. En pocos encuentro eso, y Elizabeth es una de ellas: no vive de su trabajo, no vive por su trabajo, sino que vive a través de su trabajo; la experiencia de vida es la experiencia de fotografiar. Y eso se nota: los espectadores quedamos atrapados en sus imágenes porque son congruentes, netamente honestas. Como en el teatro, aunque la foto en sí misma no es realidad sino una analogía de ésta, las fotos de Elizabeth son “verdad” y esas son las experiencias que no pasan de largo.

Desde hace algunos años he comentado en círculos cerrados mi opinión sobre Elizabeth Moreno, de la que ella apenas va a enterarse ahora: es la fotógrafa más importante de su generación, y de otras varias, así como una de las artistas plásticas que tendrá mayor trascendencia, no sólo en las artes, sino en la cultura general de esta zona del País.

Fernando Sánchez Bernal
Galería de Arte Carlos Olachea
La Paz, Baja California Sur. Febrero de 2011