jueves, 28 de septiembre de 2017

Volver al mar

(Sobre Náufragos de Mauricio Alcaraz)

Mirad el cielo muriente y las virutas del mar
Mirad la luz vacía como aquel que abandonó su casa
El océano se fatiga de cepillar las playas
De mirar con un ojo los bajos relieves del cielo
Con un ojo tan casto como la muerte que lo aduerme
Y se aduerme en su vientre

V. Huidobro





¿Se hace fotografía para descubrir el mundo o para interpretarlo?
Dice Möller que “la condición simbólica de la fotografía la compromete tanto con los contenidos como con los contextos”, es así que una imagen nos habla tanto de lo que hay dentro de ella como de lo que no está. El paisaje es todo lo que está fuera de nosotros, lo que no es parte de nosotros, lo extracorpóreo. El paisaje está allá, es el espacio habitable en el que me incluyo. Y Mauricio Alcaraz ve el paisaje con ojos de niño: le sorprenden tanto las pequeñas cosas como las espectaculares. Ese es su gran mérito.
“Los primeros niños que vieron el promontorio oscuro y sigiloso que se acercaba por el mar, se hicieron la ilusión de que era un barco enemigo.” Así era el ahogado más hermoso del mundo, otro náufrago como el de Mauricio, al que con su mirada lúdica localizó en la luz de la madrugada. Nos hace imaginar los restos de un buque antiguo que escondía tesoros, el fuste de un árbol con mensajes tallados y arrojados al mar buscando rescate, el brazo petrificado de un gigante milenario, una astilla arrancada del acantilado por el soplo de un huracán.
Y veo un náufrago orgulloso que se aferra al último encaje de agua que forma la espuma y nos habla con susurros de su puerto de origen, un ser mitológico que cambia de forma cuando cambia la luz, se transforma con el día y bajo la niebla salada que lo cobija, ruge y suspira cuando te acercas. Si te alejas parece que te sigue, si lo ves con el rabillo del ojo reconoces su cabeza bífida y los ojos de anfibio. Dicen que si lo abordas te lleva a navegar con un cardumen de reflejos.
Es un náufrago que no quiere ser rescatado.

La experiencia paisajística no sucede en unos cuantos minutos o días, es un proceso que lleva años, desmenuzar todos los fotones de la textura, de los colores, del viento. El verdadero fotógrafo de paisaje nos hace sentir el aroma y la brisa, construye un puente semántico que permite disfrutar de la mirada orgánica, natural, casi ingenua, esa actitud que aprehende lo que ve cuando se integra al paisaje. Toda fotografía documenta, pero no documenta la realidad del paisaje sino aquella que se forma en el imaginario del fotógrafo. Podríamos pasar horas buscando el mismo escenario pero nunca lo encontraríamos, ya que sólo existe dentro de la cabeza del autor.

Estas imágenes de Mauricio son los rostros que encontró en sus sueños cuando este náufrago se le apareció para llamarlo a sentir su historia, lo escuchó por olas y lo escribió en arena: cantaron juntos. —Tiene cara de llamarse Esteban— también dijo García Márquez, cuando las mujeres del pueblo lo tendieron sobre flores y el silencio acabó con sus dudas. Es el victorioso, el que circunnavegó el mundo para venir a contarnos sus aventuras con la brisa. Te sientas ahí y puedes escucharlo cada tarde.


Te sumerges
como si los recuerdos nocturnos
fueran el océano
            pero son sólo unas cuantas humedades
repartidas en rebanadas finas

Esa burbuja de aire pesado escondida bajo el agua
en constante tensión
es el hábitat único para el dragón de la ausencia


Fernando Sánchez Bernal
Ciudad de México, septiembre de 2017
Carpeta completa: https://www.flickr.com/photos/mauricioalcarazcarbia/sets/72157681895911424/with/34386295274/