viernes, 7 de febrero de 2014

Gráfica, de Víctor Guadalajara




En la vida cotidiana la invasión de imágenes acosa nuestra vista, la comunicación se vuelve cada vez más visual, inmediata,  instantánea y efímera. Sin embargo, no retenemos todo, vamos desechando lo banal y conservando lo que nos dice algo importante.  En este contexto, nos dice mucho la primera impresión, nuestro primer contacto con una obra o un cuerpo de trabajo, y cuando la obra tiene profundidad, cuando comunica en diferentes niveles, es necesario verla más de una vez. En cada lectura encontramos nuevas conexiones y nuevos significados. Se impone verla de cerca, alejarse, cambiar de ángulo, volver a acercarse, cruzar la sala y aproximarse poco a poco.

VG (como se ve la firma en sus piezas) se encuentra en una etapa tremendamente productiva, no sólo en cantidad sino en calidad, es decir, la profundidad de su obra ha alcanzado un nivel de madurez que solamente se logra con los años y la experiencia.
Origen es destino. No como una profecía, pero quizá como un fundamento firme, como un zócalo bien estructurado. VG pasó muchos años de su vida trabajando artes aplicadas, paralelamente a su obra personal, con grabado y carpintería, principalmente. Trabajo meticuloso y detallado que va forjando la habilidad del oficio, la destreza con las herramientas al servicio del ojo perfeccionista. Y eso se ve, desde lejos, de cerca y en diferentes ángulos.
Esta colección no nació junta, no es una exposición planeada para viajar en grupo, es una muestra que nos hace viajar en una pequeña retrospectiva que va en saltos aleatorios.

De triángulos

A pesar de que se presiente un hilo conductor, un sello de la casa en todas las piezas, se perciben variantes en el estilo, entre lo figurativo y lo expresionista. Una pieza en especial, que acompañaba al muro con el título de la exposición, se presenta como el prólogo ideal: Triángulos 2. El común denominador nos envuelve en una técnica refinada, en el uso de varias placas, e incluso materiales, para una sola pieza; es así como destaca esta obra como un relato juglaresco que describe al conjunto.
Desde su estructura encontramos esos atisbos del artista que también es diseñador, que “construye” la imagen y no solamente la “compone”, cimentando en una retícula triangular como piezas de un juego de niños. Es un rompecabezas que tiene origen en la abstracción geométrica. Y aunque las partes podrían cambiarse de lugar, sabemos que están en el lugar correcto porque el viaje dentro de la imagen nos atrapa, nos lleva a un recorrido visual que tiene sus pausas, sus aceleraciones, sus recovecos de descanso. Vamos del panal y los fragmentos que simulan malla ciclónica y repiten la estructura fractal del conjunto, hasta la hierba tras la cerca, los oleajes suaves y el acercamiento a la llama. Triángulos que se superponen, se separan, y forman triángulos más grandes. Y al centro esas algas humeantes que no sabemos si suben o bajan.
Pero hay un elemento que destaca por su significado y posición: la silla. No importa cuántas veces regreses a ver la pieza, tu vista terminará siempre en la silla, te invita a quedarte, a volver, a soltar las piernas. La sensación general es de naturaleza, de exteriores, pero con estructura; definiciones que no se excluyen, la humanidad estructura su mundo para entenderlo. Es así, también, que la obra de VG necesita verse más de una vez, porque así funciona con el arte que trasciende. Es verdad que el arte es principalmente emoción, pero la emoción conectada al entendimiento produce placeres mayores y más duraderos.

De otros límites

Otras piezas atrajeron mi atención en un tono más conservador, clásico. Una serie dedicada a la ondulación de las costas y sus aguas, a las curvas de la topografía, elevaciones y profundidades. Formas orgánicas y detalladas que proyectan libertad de movimiento, pero que representan muchas horas de trabajo minucioso. Cada pequeña ola tiene su curva, su ángulo; nada es fortuito aunque parezca improvisado. Para los que somos habitantes de penínsulas, nos parece familiar desde lejos: son los paisajes cotidianos que hipnotizan, son valses estruendosos de playas conocidas. Se contrastan con otras piezas donde la geometría tiene prioridad, las retículas, el intervalo controlado de formas como partes de maquinarias orgánicas: microorganismos, huellas, vistas nocturnas, imaginaciones. Son como elementos extraídos de la ciencia ficción, irreales pero  posibles, con vida, biológicos, pero con armadura o exoesqueleto, con un sentido de antigüedad milenaria y visión futurista al mismo tiempo. 
Los significados en la obra de VG son laberínticos. Independientemente de que algunas formas sean reconocibles, su interacción con los otros elementos  es misteriosa. No es aritmética simple, no es solamente emoción sino también racionalidad. Y eso lo resume una pieza titulada Zacatecas, un gran círculo expresivo y vibrante sobre tres placas rectangulares, el movimiento sobre la estabilidad, la emoción controlada, el enfoque de la improvisación.

Cada una de las piezas de VG merece un recorrido minucioso, pero no es necesario forzarlo, ya existe una ruta visual trazada pero que deja libre albedrío al transeúnte.