En la vida cotidiana la invasión de imágenes acosa nuestra
vista, la comunicación se vuelve cada vez más visual, inmediata, instantánea y efímera. Sin embargo, no
retenemos todo, vamos desechando lo banal y conservando lo que nos dice algo
importante. En este contexto, nos dice
mucho la primera impresión, nuestro primer contacto con una obra o un cuerpo de
trabajo, y cuando la obra tiene profundidad, cuando comunica en diferentes
niveles, es necesario verla más de una vez. En cada lectura encontramos nuevas
conexiones y nuevos significados. Se impone verla de cerca, alejarse, cambiar
de ángulo, volver a acercarse, cruzar la sala y aproximarse poco a poco.
VG (como se ve la firma en sus piezas) se encuentra en una
etapa tremendamente productiva, no sólo en cantidad sino en calidad, es decir,
la profundidad de su obra ha alcanzado un nivel de madurez que solamente se
logra con los años y la experiencia.
Origen es destino. No como una profecía, pero quizá como un
fundamento firme, como un zócalo bien estructurado. VG pasó muchos años de su
vida trabajando artes aplicadas, paralelamente a su obra personal, con grabado
y carpintería, principalmente. Trabajo meticuloso y detallado que va forjando
la habilidad del oficio, la destreza con las herramientas al servicio del ojo
perfeccionista. Y eso se ve, desde lejos, de cerca y en diferentes ángulos.
Esta colección no nació junta, no es una exposición planeada
para viajar en grupo, es una muestra que nos hace viajar en una pequeña retrospectiva
que va en saltos aleatorios.
De triángulos
A pesar de que se presiente un hilo conductor, un sello de
la casa en todas las piezas, se perciben variantes en el estilo, entre lo
figurativo y lo expresionista. Una pieza en especial, que acompañaba al muro
con el título de la exposición, se presenta como el prólogo ideal: Triángulos
2. El común denominador nos envuelve en una técnica refinada, en el uso de
varias placas, e incluso materiales, para una sola pieza; es así como destaca
esta obra como un relato juglaresco que describe al conjunto.
Desde su estructura encontramos esos atisbos del artista que
también es diseñador, que “construye” la imagen y no solamente la “compone”,
cimentando en una retícula triangular como piezas de un juego de niños. Es un
rompecabezas que tiene origen en la abstracción geométrica. Y aunque las partes
podrían cambiarse de lugar, sabemos que están en el lugar correcto porque el
viaje dentro de la imagen nos atrapa, nos lleva a un recorrido visual que tiene
sus pausas, sus aceleraciones, sus recovecos de descanso. Vamos del panal y los
fragmentos que simulan malla ciclónica y repiten la estructura fractal del
conjunto, hasta la hierba tras la cerca, los oleajes suaves y el acercamiento a
la llama. Triángulos que se superponen, se separan, y forman triángulos más
grandes. Y al centro esas algas humeantes que no sabemos si suben o bajan.
Pero hay un elemento que destaca por su significado y
posición: la silla. No importa cuántas veces regreses a ver la pieza, tu vista
terminará siempre en la silla, te invita a quedarte, a volver, a soltar las
piernas. La sensación general es de naturaleza, de exteriores, pero con
estructura; definiciones que no se excluyen, la humanidad estructura su mundo
para entenderlo. Es así, también, que la obra de VG necesita verse más de una
vez, porque así funciona con el arte que trasciende. Es verdad que el arte es
principalmente emoción, pero la emoción conectada al entendimiento produce
placeres mayores y más duraderos.
De otros límites
Otras piezas atrajeron mi atención en un tono más
conservador, clásico. Una serie dedicada a la ondulación de las costas y sus
aguas, a las curvas de la topografía, elevaciones y profundidades. Formas
orgánicas y detalladas que proyectan libertad de movimiento, pero que representan
muchas horas de trabajo minucioso. Cada pequeña ola tiene su curva, su ángulo;
nada es fortuito aunque parezca improvisado. Para los que somos habitantes de
penínsulas, nos parece familiar desde lejos: son los paisajes cotidianos que
hipnotizan, son valses estruendosos de playas conocidas. Se contrastan con
otras piezas donde la geometría tiene prioridad, las retículas, el intervalo
controlado de formas como partes de maquinarias orgánicas: microorganismos,
huellas, vistas nocturnas, imaginaciones. Son como elementos extraídos de la
ciencia ficción, irreales pero posibles,
con vida, biológicos, pero con armadura o exoesqueleto, con un sentido de
antigüedad milenaria y visión futurista al mismo tiempo.
Los significados en la obra de VG son laberínticos. Independientemente
de que algunas formas sean reconocibles, su interacción con los otros
elementos es misteriosa. No es
aritmética simple, no es solamente emoción sino también racionalidad. Y eso lo
resume una pieza titulada Zacatecas,
un gran círculo expresivo y vibrante sobre tres placas rectangulares, el
movimiento sobre la estabilidad, la emoción controlada, el enfoque de la
improvisación.
Cada una de las piezas de VG merece un recorrido minucioso,
pero no es necesario forzarlo, ya existe una ruta visual trazada pero que deja
libre albedrío al transeúnte.