Cuando en la Ciudad de México comencé a dar talleres de fotografía en espacios universitarios tuve alumnos que estudiaban licenciaturas afines a las artes, pero también alumnos de otros campos de conocimiento. De estos últimos particularmente, aprendí a ver con ojos nuevos y neófitos para enfrentarme a los estímulos estéticos con menos ideas preconcebidas. Como parte de la programación para el semestre les preparaba una breve selección de actividades culturales o artísticas de la que tenían que escoger alguna: una exposición, una obra de teatro, un concierto o una presentación literaria eran lo común en esa lista.
La anécdota que se me quedó grabada con mayor profundidad
fue la de un estudiante de Educación, un joven que tenía mi misma edad en ese
momento, 25 años, era casado y tenía una hija de 4. Él decidió ir a una
exposición de arte abstracto japonés que se presentaba en el Museo de Arte
Moderno. Era la primera vez que asistía a una exposición de artes plásticas de
esa naturaleza y lo acompañaba su hija. A primera vista él sentía que no
entendía nada y que aquello era muy lejano, pero su hija, libre de prejuicios,
sirvió como guía y lo contagió de su experiencia artística a través de ese
mundo de grandes lienzos llenos de color y trazos que claramente le contaban
historias.
En algún sentido, trato de conservar algo de ese espíritu
cuando me enfrento a una pieza de arte. Saber que la primera impresión no
necesariamente será la definitiva y no perder la libertad de dejarme
sorprender. Aunque sigo estando convencido de que el arte puede disfrutarse en
diferentes niveles y que algunos de ellos necesitan conocimientos previos o
procesos cognitivos que funcionan como decodificadores.
Fue así como me adentré en Dialogante, la primera exposición
montada en la galería Que se mueve del proyecto Arte Documento. La curaduría
es una representación parcial del trabajo realizado desde las aulas de la
Facultad de Artes de la UABC en Ensenada durante sus primeros 11 años de
existencia. Es un panorama general de estos creadores que
tienen en común un espacio físico, desde el que apenas en una década ya han
formado un delta que fertiliza la ciudad.
Las piezas, como los autores, con decenas, y no existe un
eje conceptual que construya una narrativa lineal, pero es claro
el diálogo que se va formando entre piezas adyacentes: unas van de la mano,
otras parecen gritar en intervalos regulares y algunas otras se coquetean entre
luces.
Conocí las piezas sueltas. Luego, el montaje en diferentes etapas y finalmente esperé a que pasara la inauguración para volver a caminar la exposición con ojos frescos. Esta colección de la Facultad de Artes, así como una de las premisas del proyecto Arte Documento, es un testimonio de crónicas visuales para atesorarse como archivo. Ese mismo proyecto, que aunque no es iniciativa de la Universidad ni sale directamente de ella, es ejemplo de las vertientes que puede provocar una escuela de esta naturaleza en una ciudad. Academia, artistas, estudiantes, gestores y comunidad forman una trama que los conecta y retroalimenta.
Casi todas las piezas me parecen relevantes pero siempre hay algunas con las que encuentras mayor conexión. La pieza que abre la puerta de la exposición es “Deriva Pedregal Playitas”, de Diana María Colmenero. La autora nos presenta un escenario de naturaleza intervenida, pero al mismo tiempo cada parte de la serie parece un ready made botánico atravesado por la catalogación. En conjunto, son un intento por entender el mundo al mismo tiempo que lo afectamos, pero Diana va un poco más allá y convierte esta obra en una reflexión sobre la forma en que nombramos el mundo, sobre la relación nombre-identidad y la cosificación desde la perspectiva humana. Yo agregaría que conceptualmente hace un análisis que va de la mesa de disección al sentido de la vida.
De manera similar, de lado a lado de esa sala, otra pieza
cuestiona esas formas con las que nombramos el mundo, la manera en que las palabras
construyen identidad. Se ha pensado que sin lenguaje no hay razonamiento y,
aunque es una postura muy positivista, es claro que los códigos que construimos
también reconstruyen nuestro entorno.
A partir de la posguerra las artistas se valieron del arte
acción, el happening o la performance para plantear argumentos y posturas de
reivindicación sobre la posición de las mujeres en la sociedad, como lo ha
escrito Luz del Carmen Magaña y otras autoras. La misma idea del performance que supone el uso
del propio cuerpo se convirtió en manifiesto de representación e identidad.
Así, el colectivo Clitorias realizó en 2019 el happening “Por la plena
realización del ser”, en el que intervienen de forma decidida pero pacífica el
escudo de la Universidad Autónoma de Baja California, cuyo lema es “Por la
plena realización del hombre”. Lo que vemos en la exposición se presenta como
Registro de happening aunque está editada con una voz en off desde la que se escucha, como lectura, la justificación
del lema original. De cualquier forma, el video muestra un grupo de mujeres jóvenes
haciendo la tarea por todos nosotros, la de ir quitándole patas al patriarcado,
poco a poco.
Los espacios públicos ocupados desde la institucionalidad
rancia nos parecen hoy en día de una caducidad obvia. En la actualidad difícilmente
se usaría en un lema oficial la palabra hombre para referirse a la humanidad,
pero nos urgen muchas Clitorias para que eso se convierta en la norma, en tanto
llega un funcionarie perspicaz de montar esa ola hacia el siglo XXI.
Ese impulso de mujeres artistas para abrir caminos con
machete de plumas se ve también detrás de otros trabajos en esta muestra, ya
sea en la ruptura de las técnicas o en el fondo de la propuesta conceptual.
Aprovechando la doble altura de la galería vemos colgando
entes fantásticos de Emma Jatziri: “Anémonas” de materiales rígidos en figuras
flexibles. La artista crea cuerpos orgánicos a partir de tejidos de alambre
recocido que al suspenderse en el aire evocan ambientes marinos o espaciales. Al
encontrarme con sus piezas no puedo dejar de pensar en aquellos seres
hipotéticos que presentaba Carl Sagan como los posibles pobladores de Júpiter o
de otros planetas gaseosos. Emma tal vez piensa en arrecifes cuando concibe sus
piezas, pero al final exhibe nuevas especies que no han sido nombradas.
El tejido, como el bordado y otras técnicas que se
consideraban sólo domésticas, son herramientas que generaciones emergentes han
retomado en la búsqueda de lenguajes epistemológicos que les signifiquen más
que la academia y les conecten más con sus identidades. Stephania Bueno forma
“Muros” a partir de lo encontrado, teje bloques de unidad desde las
diferencias: plásticos, telas o cuerdas que simulan cabellos trenzados,
patrones textiles o piolas abandonadas en altamar. No me sorprende tampoco,
como otras piezas de esa misma exposición, que me recuerde un álbum que
aprisiona recuerdos, aromas o nostalgias.
De forma similar a la construcción de Stephania también se nos
revelan los bloques “De unas piedras en el zapato” de Guadalupe Alonso Vidal.
Muchas paredes oyen, pero las que construye Guadalupe, hablan. Ella es la
intérprete que lleva los pensamientos de los trabajadores de la construcción a
un catálogo de pequeños monolitos o estelas con mensajes de la
contemporaneidad. Me hace pensar en la Piedra Rosetta y en un juego de niños al
mismo tiempo, haciendo puentes con ladrillos que guardan pequeños trozos de
almas.
Las artistas, aquí y en muchos tiempos y geografías, nos han
mostrado la profundidad de lo cotidiano, los significados en el fondo de los
objetos diarios. Eso siento cuando veo la cerámica partida de la obra de ZOBi
ONe (Obed Hernández), él dice que la pieza se titula “Elisa” y sólo puedo
pensar, sin saber quién es, en que ella tocó esos platos y tazas. Quizá de un
lado de las piezas está una Elisa niña imaginando el jardín y tomando un
chocolate caliente, y del lado opuesto una Elisa que toma un té mientras piensa
en los achaques que la tienen al borde de la despedida. Y en el espacio que
los separa está el Universo.
Y ese pensamiento dual que pervive en toda la exposición, me
hace aterrizar en una pieza central de la sala: “Oye”, una talla en piedra de
Vicente Zatarra. Aun sin conocer el título, cuando la ves de lejos, sientes la
necesidad de acercar el oído porque hay un susurro que nace de su centro.
Me parece encontrar un ser que se abraza las rodillas mientras se balancea
imperceptiblemente, y cuando hay silencio murmura hacia adentro. Pienso que
esos suspiros guardados en la escultura son los ecos interminables de los
golpes del escultor sobre la piedra. Por las noches esos ruidos salen y viajan
hasta los oídos de algunos, a los que no les servirá de nada llamar a la
policía.
Dialogante se presenta en el espacio de la galería Que se mueve del proyecto Arte Documento, en el estacionamiento de la Facultad de Artes de la UABC en Ensenada de junio a agosto de 2021.