jueves, 20 de diciembre de 2018

AFRICAMERICANOS de Claudi Carreras

La raíz de mi árbol, retorcida;
la raíz de mi árbol, de tu árbol,
de todos nuestros árboles,
bebiendo sangre, húmeda de sangre,
la raíz de mi árbol, de tu árbol.
Yo la siento,
la raíz de mi árbol, de tu árbol,
de todos nuestros árboles,
la siento
clavada en lo más hondo de mi tierra,
clavada allí, clavada,
arrastrándome y alzándome y hablándome,
gritándome.
La raíz de tu árbol, de mi árbol.
En mi tierra, clavada,
con clavos ya de hierro,
de pólvora, de piedra,
y floreciendo en lenguas ardorosas,
y alimentando ramas donde colgar los pájaros cansados,
y elevando sus venas, nuestras venas,
tus venas, la raíz de nuestros árboles.
Nicolás Guillén
(Angustia segunda. Tus venas, la raíz de nuestros árboles)



Lo que sucedió el jueves 16 de agosto de 2018 en el Centro de la Imagen de la Ciudad de México más que una inauguración fue una revelación: Africamérica es un continente en el que hemos flotado a la deriva durante siglos, es una fosa de caldo primigenio alimentado de polvo de estrellas.

- ¿Para ti qué es África? - pregunta el curador a los habitantes de muchas de las comunidades del continente. Pero es una pregunta que debe hacerse la humanidad a sí misma, de forma directa y también simbólica, porque para nuestra especie África significa origen, desde aquella migración en la que abandonamos erguidos la primera cuna.

A partir de proyectos fotográficos y de una narrativa que va desde la contemporaneidad, Claudi Carreras propone, por sobre todas las cosas, repensar la diáspora africana y el reconocimiento de su integración en la cultura de América Latina, con todo lo que ello implica, como su expansión en todas direcciones.


Los procesos identitarios van más allá de una combinación de problemáticas, definiciones o categorizaciones. En países como el nuestro, como ha mencionado Odile Hoffmann, aún se divaga entre la afromexicanidad y el concepto de etnicidad, a diferencia de otros países del continente, donde el debate se ha superado. Sin embargo, se mantiene de forma permanente la reflexión entre identidad colectiva e identidad individual, tanto por la influencia del ambiente como de la situación social, en entornos en los que el autorreconocimiento es manifiesto en sí mismo. ¿Nos definimos en semejanza o en diferencia con el otro, con los otros?

Pero definitivamente el esfuerzo mayor no se enfoca en la definición terminológica sino en la vertiente de la lucha contra el racismo y la discriminación, y la búsqueda de marcos que legitimen esos movimientos de avanzada dentro de un entorno de identidades múltiples.

Es paradójico que la lucha por el reconocimiento tenga que partir de un enfoque sobre las diferencias, aunque esas diferencias son también las que nos hacen únicos y enriquecen el mosaico identitario de todo el continente. A partir de la desmitificación y la refutación de ideas estereotipadas desde la Colonia hasta la vida moderna, como ha profundizado María Elisa Velázquez, y que nos han formado una idea errónea de la cultura del mestizaje, especialmente en México. Es decir, el concepto formulado para fortalecer la idea de nación que ha dejado fuera todo lo que no es europeo o nativo americano, pasando por alto principalmente a la afrodescendencia, como a otras migraciones integradas en la actual multiculturalidad de la región.

Pero a pesar de que Africamericanos es una investigación bien documentada y sustentada en trabajo de campo, no es una propuesta académica, sino que apela a las emociones del espectador en un diálogo directo con las imágenes y las presencias de la afrodescendencia, y que invitan a la reflexión a través de un espejo historiográfico y de reivindicación.

El origen africano se puede asumir a partir de la piel y los rasgos, y construir metáforas en las que al mismo tiempo que se identifica un dolor histórico se plantea con ironía una suerte de paraíso, como en los trabajos de Rosana Paulino y Eustaquio Neves. Ambos interiorizan una búsqueda de la ancestría en la experimentación fotográfica filtrada por la plástica y la superposición de imágenes e ideas.

En un sentido similar, Hugo Arellanes reflexiona sobre el propio origen a partir de su cotidianidad y de la familiaridad que representa el entorno, muy cercano, muy inmediato y materializado en su propio contexto.  Y en otra vertiente, Karina Aguilera Skvirsky va encontrando los rastros de sus ancestros centenarios basada en la vivencia del camino de sus parientes cercanos. A partir de las veredas recorridas por su abuela también nos adentra en sus imágenes que doblan el tiempo y el espacio; un breve homenaje a los que construyeron los vasos comunicantes del continente desde el trabajo forzado y que abrieron el camino a las futuras generaciones. Las imágenes de Karina son una mezcla de origami y haikú en el que se juntan los tiempos de forma poética.

El golpe directo y sin matices a los estereotipos parte de las propuestas de artistas que hacen uso de la instalación para plantear un discurso que requiere de más elementos. En una vía contemporánea, Marton Robinson se presenta a sí mismo en una introspección en la que se re-descubre a través de esos estereotipos y signos de la cultura popular con los que se encuentra en pugna constante. Marton apela a una crítica en la que no repara en sostenerse en una afrodescendencia plantada en el siglo XXI que no olvida el pasado. Por su parte, Jonathas de Andrade retoma directamente elementos que parten de la institucionalidad y de una oficialidad caduca de mediados del siglo XX para resaltar los prejuicios fabricados que han lastimado comunidades enteras. En contraste, Yomer Montejo, también desde su afrodescendencia, retoma algunos de los estereotipos y lugares comunes, y los ataca con transparencia, borrando la parte más obvia del fenotipo y mostrando que somos iguales más allá de lo obvio. Lugares comunes como el cabello, en el que se enfoca Liliana Angulo para rastrear un rasgo de identidad ancestral y que no sólo se mantiene, sino que se adapta a nuevas épocas y circunstancias.

Por otro lado, en la búsqueda y desde el espíritu crítico que reconoce la identidad de un país desde la diversidad de su cultura, se emprende la representación de simbologías a manera de mapas mentales sintetizados en el trabajo de Mara Sánchez Renero como en el de Koral Carballo e Isadora Romero. Fotógrafas que se acercan a un tema, lo interiorizan y lo devuelven con un sentido de tesis provocativa, desde la analogía historiográfica, la desmitificación y deconstrucción de estereotipos. En paralelo, Jorge Panchoaga, realiza un análisis  en una vía más antropológica pero encontrando una salida expresiva también en la representación y la reinterpretación de la historia y la leyenda. Estos fotógrafos consiguen un planteamiento escénico que hace énfasis en la deuda histórica que como sociedad tenemos con las comunidades afrodescendientes, y a través de ficciones representan una realidad más profunda que la que encontramos a simple vista.



El gran cuerpo de Africamericanos está formado por acercamientos personales, pero una serie de esos acercamientos está más del lado del documento presencial, de la fotografía directa que muestra los pliegues entre familias, entre comunidades, algunas más aisladas que otras. Así Yael Martínez se acerca a los habitantes de la Costa Chica para abrirles la puerta de su cámara hacia su casa. Lorry Salcedo comparte un fragmento de un álbum que ha venido formando por años y que se antoja familiar, es cercano y rítmico; uno de los pocos proyectos en los que se asoma la música como aglutinante de una cultura. Estos fotógrafos saben encontrar los rostros en el aquí y el ahora a la manera de cronistas locales.

En un trasfondo más antropológico, Nicola Lo Calzo, entre el asombro y la historia, busca separar los antecedentes de esclavitud de las condiciones actuales de comunidades afrodescendientes para entender cómo estos pueblos de la mitad del continente han encontrado lenguajes propios, no sólo en el habla sino en las representaciones simbólicas, los usos y las costumbres. De alguna forma, como las danzas que se asoman en las imágenes de los diablos de Nelson Garrido, que parten de un origen tanto etnográfico como de cultura popular, pero que dejan ver un interés más comprometido del fotógrafo con la vida de su país.  Como Manuel González de la Parra o Claudia Gordillo y María José Álvarez, que dejaron finalmente una recopilación bien armada en material editorial de trabajos de investigación de largo aliento sobre un tema en el que fueron adentrándose poco a poco y en el que terminaron inundados. Así también, Leslie Searles, trabaja en la exploración de un espacio simbólico que determina una referencia de memoria para el mundo, como es Yapatera, una puerta de Perú al Pacífico para la entrada de esclavos y que arrastra hasta la actualidad fragmentos de humanidad.



Gran parte de esa cultura de la identidad, que puede rastrearse por diversos laberintos intercontinentales, está narrada también entre las creencias y mitologías que se guardan en las migraciones, como lo muestra José Medeiros en su serie Candomblé y en los primeros acercamientos al registro fotográfico de rituales ligados a la afrodescendencia en Brasil. Y en una visión contemporánea, Cristina de Middel y Bruno Morais siguen los rastros de Esú para ir develando entre fronteras las ligas que también se vuelven culturales y se arraigan como parte de nuevos imaginarios y panteones. La encrucijada que presentan Cristina y Bruno también es metáfora de la diáspora africana, dispersa en todas direcciones. Pierre Verger también hace un manifiesto similar con anterioridad, entre el Candomblé y los usos y costumbres, se muda de latitud como de nombre: Fatumbi remueve los filtros que lo alejan de sus motivos y se apropia de una cultura a la que también se rinde.

Carolina Navas y Luján Agusti parten de retratos muy personales, en complicidad con la gente de la comunidad, para incidir en el espectador con miradas intensas que invitan a conocer historias más profundas. Retratos posados que se presentan como clásicos pero son más provocadores que tradicionales. En contraste, Josué Azor retrata momentos íntimos e improvisados de una comunidad refugiada en la noche y en la juventud, en una sensualidad que permite esbozos de la diversidad en un país con mayoría afrodescendiente, como es Haití.

Pero el retrato encuentra su punto más emocional en los trabajos de Sandra Eleta y Maya Goded. Con procesos totalmente individuales, pero con ciertas líneas de similitud, estas fotógrafas se integran en una comunidad antes de explorar con la cámara. Sus visiones son cercanas y cálidas, se nota en las miradas. Para ellas la fotografía parece un pretexto para integrarse, o una conclusión que resulta de una experiencia de vida. Luisa Dörr, por su parte, explora esa misma dinámica pero en la historia individual de Maysa, a quien sigue por varios años y con la que entrelaza una espiral que va y viene entre su vida y el quehacer fotográfico; un ensayo que va de lo personal a lo público, ida y vuelta. Así como Pablo Chaco también enfoca su visión en una exploración personal desde la no-imagen de aquel que no puede ver con los ojos pero que nos adentra en su universo natural.



Entre todas las propuestas personales el curador pone un acento, una selección que es casi como una nota al pie, un recordatorio de la humanidad desde su común denominador: la piel. Maureen Bisilliat, más que un ensayo, esquematiza un poema con pequeños trozos de verdades, sintetiza y traspasa la pele preta, inundada de luz. El trabajo de Bisilliat es el único en la muestra que parece dejar completamente al margen conflictos y diferencias para centrarse en una mirada que verdaderamente traspasa las pieles.

En una colección heterogénea pero significativa, la selección del Fondo del Consejo Mexicano de Fotografía retoma imágenes aisladas de autores que exploraron el tema de las comunidades o personas afrodescendientes en algún momento desde los setentas. Más que una propuesta uniforme, este grupo de imágenes son pequeñas piedras angulares que sostienen la gran pirámide en el tiempo y el espacio.

Y en una pausa que nos obliga a poner la vista en el futuro pero un pie sobre la tierra, Nicolás Janowski y Angélica Dass desentierran viejos y nuevos traumas en los que los grupos en el poder encuentran mecanismos para mantener un estatus social que condiciona a la separación, sostenidos sobre la invención de las razas y las supuestas superioridades. Estos dos fotógrafos encuentran sólidas salidas visuales que critican sin tapujos a los perpetradores de manifiestos caducos. Y en el análisis mediante la recopilación de esas mismas expresiones, y como una especie de sitio simbólico de memoria, Humberto y Luis Rodríguez Pastor hacen acopio de materiales racistas publicados, entre sutiles y descarados, pero que al ponerlos sobre el muro se hacen obvios y reprobables. En sentido contrario está el origen del Archivo de Juan García Salazar, en donde a pesar del olvido y el impensable abandono en que se encontraba, hay una mano que lo reivindica porque reconoce en este fondo un lazo común a la humanidad. Una serie de imágenes blanqueadas en lo físico y lo metafórico, solarizadas accidentalmente pero en un acto de permanencia testaruda.



Y más allá de las cifras y efemérides que acompañan la exposición, el curador, provocativamente, deja unos focos rojos encendidos para poner énfasis en rostros que evidencian graves cicatrices en la humanidad, todavía después de la Colonia. Por un lado, los retratos de las amas de leche de Eugene Courret, en los que a través de su presencia recordamos la forma en que estas nodrizas eran borradas de la imagen e ignoradas en un segundo plano como entes libres de emociones, antes que de libre albedrío. Y por uno de los lados más amargos de la historia de la civilización, a través de los archivos históricos del Instituto Moreira Sales, Carreras nos enfrenta con las únicas y desgarradoras miradas verdaderas de personas esclavizadas, retratos de estudio como en una especie de gabinete macabro de curiosidades, con fines quizá antropológicos, y en pequeñas postales que son como el golpe de un mazo en el pecho. En estas vitrinas nos dice – esto hemos sido, recordemos. –

Y no es casual que junto a ese recordatorio de la soberbia, se escuche la voz que desde el principio de la exposición retumba a lo lejos: el acento peruano de Victoria Santa Cruz. Es la mujer que recibe desde niña la palabra “negra” como un proyectil; lo absorbe, lo digiere y lo transforma en grito de identidad. ¡Negra soy! Un magnífico epílogo de reivindicación en el grito no solamente desde la afrodescendencia en una región de América ancestral, sino también desde lo artístico y lo femenino. Reivindicación, repito, porque de todas las veredas que muestra Africamericanos la más importante y el hilo conductor que permanece es la resistencia, el espíritu del cimarronaje desde los rostros marcados de aquellos esclavizados, hasta las máscaras y los sables filosos que son las miradas jóvenes de Tumaco, Palenque o Coyolillo. Y con la voz de Victoria a la espalda se ven con mayor profundidad los murales de Baltazar Castellano, Gustavo Esquina de la Espada y Manuel Golden, espíritus cimarrones vivos y activos, profundos y propositivos. De la costa de Panamá a la Costa Chica mexicana, honran a sus ancestros con poesía y color, a través de una simbología mestiza que ha atravesado mares y territorios.



Han pasado más de cinco siglos desde la llegada de los primeros africanos esclavizados al continente americano, y hoy todavía sus descendientes cargan unas alforjas tan pesadas que los pone en desventaja artera. Nacer hoy en una comunidad afrodescendiente en América Latina significa tener, por lo menos, de dos a tres veces menos oportunidades para superar sus condiciones adversas. Décadas después de haber superado y entendido que el discurso de las diferencias de razas es falso, persiste la discriminación por colores y rasgos.  

El tema se ha abordado desde la genética, la sociología o la psicología. Claudi Carreras se dio a la tarea de abordarlo desde la imagen y formó un discurso soportado en proyectos que permanecían apartados y que hoy forman de nuevo un alfabeto para la comprensión de nosotros mismos. Es claro ahora que Africamericanos no es una exposición para los afrodescendientes, es una exposición que debe afectarnos a todos en nuestra identidad integrada.
¿Para ti qué es África? – Insisto: África es origen –

“En el momento que entendamos que en lo único que somos iguales es que somos distintos, las fronteras caerán inestables a tus pies, las fronteras se irán de países y de piel…” (fragmento de la canción “Fronteras” de Punto Fragata)

Visita virtual a Africamericanos en el sitio de la Fundación Pierre Verger, gracias a Alex Baradel: http://www.pierreverger.org/br/acervo-foto/exposicoes/acontecendo/exposicao-africamericanos/visita-virtual-da-mostra.html

Gracias a todo el equipo del Centro de la Imagen por su hospitalidad y profesionalismo.