luz de otoño perdida
devienes sombra
No hay frase que describa a todos los fotógrafos, como no hay tampoco ninguna que defina a todos los médicos o a los ingenieros. La realidad es que entre los artistas, como entre todos los oficios, hay personalidades muy distintas y hasta contrastantes. Sin embargo, hay características generalmente necesarias para la práctica de estos oficios; siempre he pensado que la primera condición para ser fotógrafo es la paciencia.
En una obra como la de Gabriel Figueroa, con alrededor de cuarenta años de trabajo profesional, no hay manera de escapar a su embrujo. Nos envolvemos en esa “paciencia”, y no me refiero a la paciencia que supone simplemente tolerancia ante lo insoportable, sino paciencia como virtud, como ejercicio espiritual. En el paisaje, el fotógrafo no puede construir la nube blanca, iluminada, la ola, la salpicadura, el relieve, la sombre de la duna, el arcoíris o el viento; ahí, el artista observa, camina, espera, vuelve a observar, anticipa, imagina, observa de nuevo y entonces, sólo entonces, encuentra: encuentra la conjunción del espacio-tiempo-hombre que convierte a cada una de sus fotografías en piezas únicas.
Figueroa recorre los espacios del paisaje como flotando, me lo imagino con su figura ligera dando pasos a medio metro sobre el suelo, sin alterar el paisaje y pasando desapercibido; creo que sus zapatos no dejan huella. Me lo imagino regresando al campamento después de horas con una sola toma magnífica.
En los paisajes de Gabriel Figueroa te sumerges, te adentras en una cierta tridimensionalidad que se logra a través del perfeccionamiento de la técnica; de nuevo, la paciencia. El artista no es sólo emociones, no puede centrarse en meras sensibilidades etéreas, necesita, forzosamente, el dominio de los códigos y técnicas que le permitan la transformación del pensamiento en resultados concretos, transmisibles, perdurables: finalmente, la obra de arte como objeto. Significa horas de estudio, prácticas, aprendizajes, técnicas, experimentación que lleva a la fidelidad de la traducción, desde la intención del artista hacia la comunicación con el espectador. Figueroa también domina esa área de la impresión fina, completa el círculo que soporta la totalidad de su trabajo.
Ese espacio-tiempo-hombre que Figueroa define como: el lugar geográfico, las condiciones del momento y la situación autobiográfica, van construyendo el discurso de sus imágenes, dentro de sus imágenes y entre ellas. La lectura cambia de una pieza a la otra, hay una coherencia pero el propósito es único en cada foto. Sin embargo, la lectura entre imágenes y en los vínculos que se crean al presentarse en colección, rebotan de una a otra con pautas musicales: tiene ritmo, tonalidad, contrapuntos…
El proceso creativo de cada fotógrafo, como el de cada artista, es diferente y lleva a resultados diferentes, no siempre se encuentra la referencia inmediata en las disciplinas afines o similares. Por ejemplo, Roberto Doisneau, fotógrafo francés, comentó en una entrevista que a él le parecía que la disciplina más cercana a la fotografía no era la pintura sino la poesía, ya que ambas toman elementos de la realidad y los conjugan para presentarlos de forma original. Para Gabriel Figueroa la fotografía es como un haikú, y esa fue la mayor revelación que pudo hacerme de su trabajo; cuando lo dijo fue como la luz que de golpe ilumina una habitación a través de la ventana… lo vi todo. Y entonces volví a observar su trabajo con otra lupa y escuché cada haikú como él sugirió que escucháramos cada fotografía.
El haikú es naturaleza breve, sobrio pero impactante, no contiene elementos que no sean absolutamente necesarios. Diecisiete suspiros en tres líneas convertidos en tonalidades. Para disfrutar más el trabajo de Gabriel Figueroa habría que leer más poesía.
Fernando Sánchez Bernal
Galería de Arte Carlos Olachea
La Paz, Baja California Sur. Septiembre de 2011